terça-feira, 2 de dezembro de 2008

La montaña sagrada no Historia documental del cine mexicano, volume 16

Riera, Emilio García. Historia documental del cine mexicano, Vol.16, 1972-1973. Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 1995, p.30-34.

Filmada del 21 de febrero al 21 de agosto de 1972 bajo los auspicios de los estudios América y en diversas localidades del Distrito Federal y aledaños (La Merced, Gimnasio Olímpico, kilómetro 14 ½ de la carretera de Toluca, Villa de Guadalupe, Preparatoria número 2, Teotihuacán, ciudad Satélite, volcán Iztaccíhuatl, etcétera), del suroeste de México (Chichén Itzá, Uxmal, Isla Mujeres) y en otros lugares con un costo aproximado de cuatro millones de dólares. Estrenada el 11 de julio de 1975 en las salas de arte Bergman y López Velarde (funciones de medianoche) y el 16 de agosto de 1975 en las salas Fellini, Kubrick y Bergman (cinco semanas). Duración: 105 minutos. Autorizaciones D.

Sinopsis del argumento. Un alquimista de uñas postizas denuda y rapa a dos mujeres. Pasan insectos sobre un ladrón amarrado al suelo y acompañado de un mutilado. Ambos fuman mariguana, y el mutilado lame y acaricia con un muñón al ladrón. Después del letrero La conquista de México, se ve a un tipo con una esvástica en el sombrero y se oyen música nazi. Hay sangre en maquetas de pirámides y se oyen explosiones. Letrero: Christs for Sale. Aparecen una monja y centuriones gordos. El ladrón, con una cruz, como Cristo, es obligado a tomar tequila. Tumbado en el suelo, el ladrón es cubierto con grasa de puerco y grita entre unos maniquís disfrazados de Cristo como él. Al tiempo en que un tuerto se quita un ojo para dárselo a una niña, unas mujeres de apariencia sádica persiguen al ladrón, quien saca de una cama a un obispo que se convierte en chimpancé. Unos globos se llevan por el airea uno de los maniquís de Cristo. En un mercado, unos soldados tienen puestas máscaras antigás. El ladrón sube por la torre de la Ciudad Satélite, llega a un agujero redondo, camina por cilindros, rompe un círculo de papel y accede al templo del alquimista, que lo vence con karate. Después de ser bañado en una fuente con hipopótamo, el ladrón ve como su excremento es convertido en oro por el alquimista. El ladrón rompe un vidrio, pero no una piedra: quien la rompe, para hallar su alma, es el alquimista.
Hay figuras del tarot: “saber”, “osar”, “querer”, “callar”; aparecen un buey y un buitre. El sordo, mudo y ciego padre del industrial venusino Fon toma decisiones después de ver si el sexo de su mujer (la madre de Fon) está seco o húmedo. En la fábrica de Fon (que posee a una obrera enloquecida) se hacen postizos, pues, según él, “la gente quiere ser amada no por lo que es sino por lo que aparenta”. La marciana Isla fabrica armas. Otro mutilado (sin brazos) enloquece: tiene furor guerrero. El jupiterino Klen, que aparece con su familia en casa y, después copula en su auto con su amante, tiene una fábrica de arte donde la gente pinta con las nalgas. Klen provoca un orgasmo electrónico. La saturnina Sel tiene una fábrica de juguetes con obreros viejos y un ejército de ancianos. Berg, de Urano, vive con su madre-amante que le acaricia el sexo y le pega con una mano esquelética, sin carne. Después de otras cosas – entre ellas, la posesión de una mujer negra en lo que parece, por obra del montaje, un coito de toro y vaca – se ve a todos en una montaña luciendo grandes sombreros como el que usa el alquimista. Éste se refiere a las montañas sagradas de diversas mitologías. La negra, pese a su miedo, es obligada a escalar (“no tienes miedo de caerte, sino de subir”, le dice el alquimista); ella hace gestos de copular con la montaña. Quienes han subido son personas muy poderosas que pasan de largo ante una orgía y rechazan droga; los siguen una prostituta y el chimpancé. Al final, sentados todos alrededor de la mesa de los inmortales, el alquimista les va a revelar el secreto de la inmortalidad: “no hay”, les dice, “hay realidad”, y descubre que “esto es una filmación”.

Comentario. El final de la película – o sea, la confesión de que “esto es una filmación” y la muestra, dolly back mediante, de los técnicos y las cámaras que toman la escena -, parece copiado de El ingenuo (The Patsy, 1964), cinta hollywoodense dirigida y protagonizada por el cómico Jerry Lewis. Sin embargo, amabas cintas no tienen nada más en común.

Mi anterior sinopsis del argumento de la tercera película de Jodorowsky es insatisfactoria, y aun quizá injusta: se basa en notas tomadas hace casi veinte años durante una sola visión de la cinta que no resultó en absoluto ideal. Terminada en los EU al cabo de una larga y difícil filmación mexicana, y distribuida por Allen Klein y la ABKO Films, La montaña sagrada fue presentada como norteamericana en el festival de Cannes de 1973 y estrenada dos años después en México. Aquí se exhibió de ella una copia hablada en inglés, con títulos en español, que sólo duraba 105 minutos, 21 menos que en Cannes: al parecer, la censura le infligió veinte y pico cortes. Lo que se dejó ver de la cinta en las “salas de arte” de Gustavo Alatriste fueron malas copias en 16 mm.

Con imágenes deslavadas, de feos colores y en continuo desenfoque; la cinta sólo pudo pasar al principio en funciones de medianoche, pero, eso sí, su exhibidor Gustavo Alatriste cobró por verla a cada espectador 25 pesos, que no eran pocos en la época.
Cupo imaginar que Jodorowsky tendría nuevos líos con la censura desde que un reportaje de José Luis Gallegos en Últimas noticias (23 de febrero de 1973) contó el comienzo de la filmación “en unas minas de arenas en cuyas cuevas aún habitan unas familias, según se dice, situadas junto a una ciudad perdida en Palo Alto, Kilométro 14 ½ de la carretera de Toluca”; se leía a continuación:

“El joven actor Héctor Salinas, Basilio González, un hombre lisiado de piernas y brazos, 29 niños desnudos y el chimpazé de los hermanos Gurza Chucho Chucho, fueron el elenco que intervino durante los dos primeros días de locaciones.
Y hoy la filmación de esta superproducción continuará en la Villa de Guadalupe, a un costado de la Basílica (…)
Frente a una inmensa cueva, casi en la cima de un pequeño cerro de tepetate, se colocó una cruz de madera en donde los 29 niños desnudos, comandados por un niño disfrazado de lagarto o caimán, y el hombre lisiado que utilizaba una pata de cabra como “cetro bufo” crucificaron al actor Horacio Salinas, “el ladrón”, y lo apedrearon.”

La accidentada filmación hubo de suspenderse durante cinco semanas. Jodorowsky desmintió mientras tanto que hubiera desvestido a Tamara Garina en la Basílica de Guadalupe (nota de Agustín Gurezpe en Excelsior , 29 VI 72); afirmó después que presentó en la cinta un ejército sin insignias para que no se pareciera al mexicano, que no quiso faltar el respeto a las ruinas arqueológicas al rodar 17 rollos en Teotihuacán, que no quiso insultar a los charros al filmar una escena en el local de su asociación y que todo lo que pasa en la película ocurre con “personajes del año dos mil” (nota de Agustín Salmón en Excelsior, 1 VIII 72). Al presentar la cinta en el festival de Cannes, Jodorowsky se refirió a sus líos de censura y dinero, según un cable de la AP publicado en El Heraldo (20 V 75):

“ En esta película me jugué la vida como un samurái (…) Fui amenazado de muerte en México (…) porque creyeron que insulté a la Virgen de Guadalupe, lo que no fue cierto, como puede verse en mi película.
Puse en ella todo mi dinero, la vida de mi mujer y de mis hijos, mi mente y mi cuerpo. Yo soy un pedazo de la película.”

Ya en 1975 se me hizo obvio ante la cinta que el paso del tiempo podía ser cruel con los desenfrenos del esoterismo, con la búsqueda sistemática de efectos insólitos y chocantes y con la grave solemnidad afectada por Jodorowsky en la posición de gran revelador de verdades que resultan profundas y ocultas de tan elementales (eso se supone, claro). Aun más que Fando y Lis y El Topo, la película expresaba a mi parecer un desacuerdo entre la fértil imaginación del showman Alexandro y sus pretensiones de ideólogo trascendental. Sus obsesiones y gustos – bestiario, mutilaciones, transformaciones, devoramientos – tendían a expresarse en el cine por medios acumulativos: así, el espacio y el tiempo de la obra resultaban sobrealimentados con abuso, y por ello mismo negados. Dicho de otro modo: se veía tanto en la película que acababa uno con la sensación de no haber visto nada. Dos testimonios ajenos ayudarán a entender de qué trata y qué pretende La montaña sagrada. El primero es de Alexis Grivas (Excelsior, 6 VI 73); fue escrito en Cannes y alude a algunas cosas cortadas en México a la cinta:

“(…) el filme sólo vale por algunos momentos de gran belleza plástica del comienzo, como las secuencias de la conquista de México con sapos disfrazados de españoles, la masacre de estudiantes o la peregrinación de los conejos degollados y de los cadáveres ante la catedral, con toda la carga provocadora y catártica que implican. Pero pronto se desvanece el efecto de estos impactos, y cuando se entra en la exposición del tema central, el itinerario de un puñado de hombres ricos guiados por un alquimista, en busca de la Montaña Sagrada, símbolo de la inmortalidad y del saber supremo, el filme se hunde, el relato se hace plano y el aspecto provocador cae en la ingenuidad e inclusive la imagen pierde su fuerza plástica (…)”

El segundo testimonio es de José de la Colina (Diorama de la Cultura, 27 VII 75):

“(…) De pies a cabeza vestido de blanco para comulgar con la solemnidad y el absoluto, el Maestro Alquimista (Alexandro en persona) se dispone a alcanzar la cima de la inmortalidad y la sabiduría, desde donde, después de soltar varios sermones menudos, proferirá su Sermón de la Montaña, o sea un pot pourri de todas las filosofías más o menos exóticas, y de todas las actitudes pop, beat, freak, camp, kitsch, in, out, peace and love más otras de enunciación igualmente monosilábica. Este maestro de las tendencias post-último grito, en lo que a estética se refiere, es también un maestro del pensar, según dijo el hechizado crítico francés Jean-Pierre Dubois-Dumée. En su viaje ( en el sentido estricto del término, porque Alexandro está contra la droga) le acompañará el Buen Ladrón y siete jerarcas de las finanzas, la industria, la cultura, la religión y la política, deseosos de arrancar su secreto su secreto a los Nueve Inmortales que habitan allá arriba en la montaña. (…)
Alexandro es efectivamente un maestro del pensar, pero a la manera camaleónica. Él, tan amigo de las fábulas (ha escrito y dibujado algunas realmente buenas), me recuerda aquélla del camaleón que fue colocado sobre una concha confeccionada con remiendos de diversos colores y que, por intentar asumirlos todos, murió extenuado. (…)”

Jodorowsky no volvería a filmar en México sino en 1989, cuando realizó Santa sangre; antes, dirigió en la India Tusk (1980), película de producción francesa.

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