quarta-feira, 24 de dezembro de 2008

No areoporto

Aqui no México são 8:14 da noite, aí no Brasil já são meia noite e quatorze e todo mundo nessa altura do campeonato já deve estar se empaturrando de peru recheado. Eu, estou no areoporto da Cidade do México, acabei de comer uma torta de arranchera e agora estou contando as horas para pegar o meu avião. Enquanto escrevo esse post, falo pelo msn com o meu velho amigo Henrique e tento nao cair no sono.

Hoje acordei na minha casa de Guadalajara às 6:30 da manha, peguei um táxi até a rodoviária, de lá tomei um ônibus para a Cidade do México, viagem que durou um pouco mais do normal: 7 horas e meia. Da rodoviária do DF peguei um táxi para o areoporto internacional e aqui estou.

Pegarei o avião das 23:20, chegando em Lima às 6:00 da manha. De Lima pego um avião para São Paulo, chegando finalmente no Brasil às 14:50. Em SP tomarei um chá de cadeira até às 21:30 e só aí pegarei o avião para o Rio. O chá de cadeira nao será tão ruim, na verdade nem será um chá de cadeira, porque a Thata, que está em SP, vai dar uma passada no areoporto para me ver. Essa é a melhor notícia.

Enquanto esse bom momento nao vem, é torcer para que tenha uma ceia no avião.

terça-feira, 23 de dezembro de 2008

Rio, aí vou eu

Peço desculpas aos leitores desse blog por ter ficado tanto tempo sem postar nada. Na verdade, aconteceram um monte de eventos em um espaço grandiosamente curto de tempo que praticamente eu não tive oportunidade sequer de respirar. Talvez eu esteja exagerando um pouco, ou não, mas que esses últimos dias foram foda, foram.

Primeiro eu soube na festa de fim de ano na casa do Jorge e do Alan (no dia 12 de dezembro) que o calendário do mestrado foi em cima da hora alterado. Isso é bastante comum por aqui, no semestre passado o calendário foi alterado 4 vezes sendo que a última mudança aconteceu faltando apenas dois dias para o fim das aulas. Então, eu fiquei sabendo em cima da hora que a data das férias foram modificadas e que ao invés de ter 15 dias de descanso eu teria agora 30. Assim que eu soube disso, pensei na possibilidade de ir para o Rio, porque viajar ao Brasil nas férias de agosto de 2009 seria mais difícil para mim. Ou eu ia agora ao Brasil ou só em fevereiro de 2010.

Passei um perrengue para agilizar todos os papéis, mas no final tudo deu certo. Eu só não consegui passagem para antes do dia 24. O vôo mais barato que tinha era o que saía da Cidade do México às 23:20 da noite, ou seja, vou passar o natal no ar. Tomara que role pelo menos uma ceia de natal no avião com direito a vinho e champagne.

sábado, 6 de dezembro de 2008

Jodo em "La contracultura en México"

Teatro, cine y televisión

La contracultura también se dio en el teatro, vía Alexandro Jodorowsky, primero con los “efímeros” y después con las puestas en escena de Zaratrusta y El juego que todos jugamos. Raúl Ruiz realizó un espléndido montaje de Cuál es la onda, de José Agustín, y Julio Castillo hizo época con su debut teatral, El cementerio de automóviles, de Arrabal, en la que establecía un simbiosis entre Cristo y el Che Guevara, como en La muerte del Che, un cuadro de la época de Augusto Ramírez. Un director teatral plenamente de la onda fue Abraham Oceransky con sus escenificaciones de Conejo blanco, basado en Lewis Carroll, y Simio, vagamente inspirado en Mono, el clásico chino de Wu Ch êng-ên, ya en los setenta. Vinieron después Octubre terminó hace mucho tiempo, de Pilar Campesino, y Círculo vicioso de José Agustín, ambas con severos problemas de censura.

En el cine también hubo muestras de contracultura: Alexandro Jodorowsky friquió al personal con Fando y Lis, de su héroe Arrabal, y especialmente con El Topo, su western místico-pánico. También, toda autoindulgencia aparte, se pueden mencionar los mejores momentos de Cinco de chocolate y uno de fresa, de Carlos Velo, de Ya sé quién eres (te he estado observando), de José Agustín, y de La verdadera vocación de Magdalena, de Jaime Humberto Hermosillo, las tres con Angélica María. También hubo programas de televisión francamente anticonvencionales y roncanroleros, como 1,2,3,4,5, a gogó de Alexandro Jodorowsky, Alfonso Arau y Fernando Ge; y Happenings, de José Agustín y Fernando Ge. Pero donde la contracultura se dio plenamente fue en el cine en súper ocho milímetros, que en la primera mitade de los años setenta entusiasmó a los jóvenes por sus bajos costos y porque evadía la censura; por ese motivo, a través del súper ocho vimos un México distinto, más verdadero para bien o para mal. Sergio García, Héctor Abadie, Gabriel Retes, Alfredo Gurrola y Rafael Montero hicieron películas que serían inexplicables sin la contracultura de los sesenta. La producción más sobresaliente fue Avándaro, de Alfredo Gurrola, que se exhibió mucho en los circuitos universitarios, culturales y rocanroleros.

terça-feira, 2 de dezembro de 2008

La montaña sagrada no Historia documental del cine mexicano, volume 16

Riera, Emilio García. Historia documental del cine mexicano, Vol.16, 1972-1973. Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 1995, p.30-34.

Filmada del 21 de febrero al 21 de agosto de 1972 bajo los auspicios de los estudios América y en diversas localidades del Distrito Federal y aledaños (La Merced, Gimnasio Olímpico, kilómetro 14 ½ de la carretera de Toluca, Villa de Guadalupe, Preparatoria número 2, Teotihuacán, ciudad Satélite, volcán Iztaccíhuatl, etcétera), del suroeste de México (Chichén Itzá, Uxmal, Isla Mujeres) y en otros lugares con un costo aproximado de cuatro millones de dólares. Estrenada el 11 de julio de 1975 en las salas de arte Bergman y López Velarde (funciones de medianoche) y el 16 de agosto de 1975 en las salas Fellini, Kubrick y Bergman (cinco semanas). Duración: 105 minutos. Autorizaciones D.

Sinopsis del argumento. Un alquimista de uñas postizas denuda y rapa a dos mujeres. Pasan insectos sobre un ladrón amarrado al suelo y acompañado de un mutilado. Ambos fuman mariguana, y el mutilado lame y acaricia con un muñón al ladrón. Después del letrero La conquista de México, se ve a un tipo con una esvástica en el sombrero y se oyen música nazi. Hay sangre en maquetas de pirámides y se oyen explosiones. Letrero: Christs for Sale. Aparecen una monja y centuriones gordos. El ladrón, con una cruz, como Cristo, es obligado a tomar tequila. Tumbado en el suelo, el ladrón es cubierto con grasa de puerco y grita entre unos maniquís disfrazados de Cristo como él. Al tiempo en que un tuerto se quita un ojo para dárselo a una niña, unas mujeres de apariencia sádica persiguen al ladrón, quien saca de una cama a un obispo que se convierte en chimpancé. Unos globos se llevan por el airea uno de los maniquís de Cristo. En un mercado, unos soldados tienen puestas máscaras antigás. El ladrón sube por la torre de la Ciudad Satélite, llega a un agujero redondo, camina por cilindros, rompe un círculo de papel y accede al templo del alquimista, que lo vence con karate. Después de ser bañado en una fuente con hipopótamo, el ladrón ve como su excremento es convertido en oro por el alquimista. El ladrón rompe un vidrio, pero no una piedra: quien la rompe, para hallar su alma, es el alquimista.
Hay figuras del tarot: “saber”, “osar”, “querer”, “callar”; aparecen un buey y un buitre. El sordo, mudo y ciego padre del industrial venusino Fon toma decisiones después de ver si el sexo de su mujer (la madre de Fon) está seco o húmedo. En la fábrica de Fon (que posee a una obrera enloquecida) se hacen postizos, pues, según él, “la gente quiere ser amada no por lo que es sino por lo que aparenta”. La marciana Isla fabrica armas. Otro mutilado (sin brazos) enloquece: tiene furor guerrero. El jupiterino Klen, que aparece con su familia en casa y, después copula en su auto con su amante, tiene una fábrica de arte donde la gente pinta con las nalgas. Klen provoca un orgasmo electrónico. La saturnina Sel tiene una fábrica de juguetes con obreros viejos y un ejército de ancianos. Berg, de Urano, vive con su madre-amante que le acaricia el sexo y le pega con una mano esquelética, sin carne. Después de otras cosas – entre ellas, la posesión de una mujer negra en lo que parece, por obra del montaje, un coito de toro y vaca – se ve a todos en una montaña luciendo grandes sombreros como el que usa el alquimista. Éste se refiere a las montañas sagradas de diversas mitologías. La negra, pese a su miedo, es obligada a escalar (“no tienes miedo de caerte, sino de subir”, le dice el alquimista); ella hace gestos de copular con la montaña. Quienes han subido son personas muy poderosas que pasan de largo ante una orgía y rechazan droga; los siguen una prostituta y el chimpancé. Al final, sentados todos alrededor de la mesa de los inmortales, el alquimista les va a revelar el secreto de la inmortalidad: “no hay”, les dice, “hay realidad”, y descubre que “esto es una filmación”.

Comentario. El final de la película – o sea, la confesión de que “esto es una filmación” y la muestra, dolly back mediante, de los técnicos y las cámaras que toman la escena -, parece copiado de El ingenuo (The Patsy, 1964), cinta hollywoodense dirigida y protagonizada por el cómico Jerry Lewis. Sin embargo, amabas cintas no tienen nada más en común.

Mi anterior sinopsis del argumento de la tercera película de Jodorowsky es insatisfactoria, y aun quizá injusta: se basa en notas tomadas hace casi veinte años durante una sola visión de la cinta que no resultó en absoluto ideal. Terminada en los EU al cabo de una larga y difícil filmación mexicana, y distribuida por Allen Klein y la ABKO Films, La montaña sagrada fue presentada como norteamericana en el festival de Cannes de 1973 y estrenada dos años después en México. Aquí se exhibió de ella una copia hablada en inglés, con títulos en español, que sólo duraba 105 minutos, 21 menos que en Cannes: al parecer, la censura le infligió veinte y pico cortes. Lo que se dejó ver de la cinta en las “salas de arte” de Gustavo Alatriste fueron malas copias en 16 mm.

Con imágenes deslavadas, de feos colores y en continuo desenfoque; la cinta sólo pudo pasar al principio en funciones de medianoche, pero, eso sí, su exhibidor Gustavo Alatriste cobró por verla a cada espectador 25 pesos, que no eran pocos en la época.
Cupo imaginar que Jodorowsky tendría nuevos líos con la censura desde que un reportaje de José Luis Gallegos en Últimas noticias (23 de febrero de 1973) contó el comienzo de la filmación “en unas minas de arenas en cuyas cuevas aún habitan unas familias, según se dice, situadas junto a una ciudad perdida en Palo Alto, Kilométro 14 ½ de la carretera de Toluca”; se leía a continuación:

“El joven actor Héctor Salinas, Basilio González, un hombre lisiado de piernas y brazos, 29 niños desnudos y el chimpazé de los hermanos Gurza Chucho Chucho, fueron el elenco que intervino durante los dos primeros días de locaciones.
Y hoy la filmación de esta superproducción continuará en la Villa de Guadalupe, a un costado de la Basílica (…)
Frente a una inmensa cueva, casi en la cima de un pequeño cerro de tepetate, se colocó una cruz de madera en donde los 29 niños desnudos, comandados por un niño disfrazado de lagarto o caimán, y el hombre lisiado que utilizaba una pata de cabra como “cetro bufo” crucificaron al actor Horacio Salinas, “el ladrón”, y lo apedrearon.”

La accidentada filmación hubo de suspenderse durante cinco semanas. Jodorowsky desmintió mientras tanto que hubiera desvestido a Tamara Garina en la Basílica de Guadalupe (nota de Agustín Gurezpe en Excelsior , 29 VI 72); afirmó después que presentó en la cinta un ejército sin insignias para que no se pareciera al mexicano, que no quiso faltar el respeto a las ruinas arqueológicas al rodar 17 rollos en Teotihuacán, que no quiso insultar a los charros al filmar una escena en el local de su asociación y que todo lo que pasa en la película ocurre con “personajes del año dos mil” (nota de Agustín Salmón en Excelsior, 1 VIII 72). Al presentar la cinta en el festival de Cannes, Jodorowsky se refirió a sus líos de censura y dinero, según un cable de la AP publicado en El Heraldo (20 V 75):

“ En esta película me jugué la vida como un samurái (…) Fui amenazado de muerte en México (…) porque creyeron que insulté a la Virgen de Guadalupe, lo que no fue cierto, como puede verse en mi película.
Puse en ella todo mi dinero, la vida de mi mujer y de mis hijos, mi mente y mi cuerpo. Yo soy un pedazo de la película.”

Ya en 1975 se me hizo obvio ante la cinta que el paso del tiempo podía ser cruel con los desenfrenos del esoterismo, con la búsqueda sistemática de efectos insólitos y chocantes y con la grave solemnidad afectada por Jodorowsky en la posición de gran revelador de verdades que resultan profundas y ocultas de tan elementales (eso se supone, claro). Aun más que Fando y Lis y El Topo, la película expresaba a mi parecer un desacuerdo entre la fértil imaginación del showman Alexandro y sus pretensiones de ideólogo trascendental. Sus obsesiones y gustos – bestiario, mutilaciones, transformaciones, devoramientos – tendían a expresarse en el cine por medios acumulativos: así, el espacio y el tiempo de la obra resultaban sobrealimentados con abuso, y por ello mismo negados. Dicho de otro modo: se veía tanto en la película que acababa uno con la sensación de no haber visto nada. Dos testimonios ajenos ayudarán a entender de qué trata y qué pretende La montaña sagrada. El primero es de Alexis Grivas (Excelsior, 6 VI 73); fue escrito en Cannes y alude a algunas cosas cortadas en México a la cinta:

“(…) el filme sólo vale por algunos momentos de gran belleza plástica del comienzo, como las secuencias de la conquista de México con sapos disfrazados de españoles, la masacre de estudiantes o la peregrinación de los conejos degollados y de los cadáveres ante la catedral, con toda la carga provocadora y catártica que implican. Pero pronto se desvanece el efecto de estos impactos, y cuando se entra en la exposición del tema central, el itinerario de un puñado de hombres ricos guiados por un alquimista, en busca de la Montaña Sagrada, símbolo de la inmortalidad y del saber supremo, el filme se hunde, el relato se hace plano y el aspecto provocador cae en la ingenuidad e inclusive la imagen pierde su fuerza plástica (…)”

El segundo testimonio es de José de la Colina (Diorama de la Cultura, 27 VII 75):

“(…) De pies a cabeza vestido de blanco para comulgar con la solemnidad y el absoluto, el Maestro Alquimista (Alexandro en persona) se dispone a alcanzar la cima de la inmortalidad y la sabiduría, desde donde, después de soltar varios sermones menudos, proferirá su Sermón de la Montaña, o sea un pot pourri de todas las filosofías más o menos exóticas, y de todas las actitudes pop, beat, freak, camp, kitsch, in, out, peace and love más otras de enunciación igualmente monosilábica. Este maestro de las tendencias post-último grito, en lo que a estética se refiere, es también un maestro del pensar, según dijo el hechizado crítico francés Jean-Pierre Dubois-Dumée. En su viaje ( en el sentido estricto del término, porque Alexandro está contra la droga) le acompañará el Buen Ladrón y siete jerarcas de las finanzas, la industria, la cultura, la religión y la política, deseosos de arrancar su secreto su secreto a los Nueve Inmortales que habitan allá arriba en la montaña. (…)
Alexandro es efectivamente un maestro del pensar, pero a la manera camaleónica. Él, tan amigo de las fábulas (ha escrito y dibujado algunas realmente buenas), me recuerda aquélla del camaleón que fue colocado sobre una concha confeccionada con remiendos de diversos colores y que, por intentar asumirlos todos, murió extenuado. (…)”

Jodorowsky no volvería a filmar en México sino en 1989, cuando realizó Santa sangre; antes, dirigió en la India Tusk (1980), película de producción francesa.