sábado, 6 de dezembro de 2008

Jodo em "La contracultura en México"

Teatro, cine y televisión

La contracultura también se dio en el teatro, vía Alexandro Jodorowsky, primero con los “efímeros” y después con las puestas en escena de Zaratrusta y El juego que todos jugamos. Raúl Ruiz realizó un espléndido montaje de Cuál es la onda, de José Agustín, y Julio Castillo hizo época con su debut teatral, El cementerio de automóviles, de Arrabal, en la que establecía un simbiosis entre Cristo y el Che Guevara, como en La muerte del Che, un cuadro de la época de Augusto Ramírez. Un director teatral plenamente de la onda fue Abraham Oceransky con sus escenificaciones de Conejo blanco, basado en Lewis Carroll, y Simio, vagamente inspirado en Mono, el clásico chino de Wu Ch êng-ên, ya en los setenta. Vinieron después Octubre terminó hace mucho tiempo, de Pilar Campesino, y Círculo vicioso de José Agustín, ambas con severos problemas de censura.

En el cine también hubo muestras de contracultura: Alexandro Jodorowsky friquió al personal con Fando y Lis, de su héroe Arrabal, y especialmente con El Topo, su western místico-pánico. También, toda autoindulgencia aparte, se pueden mencionar los mejores momentos de Cinco de chocolate y uno de fresa, de Carlos Velo, de Ya sé quién eres (te he estado observando), de José Agustín, y de La verdadera vocación de Magdalena, de Jaime Humberto Hermosillo, las tres con Angélica María. También hubo programas de televisión francamente anticonvencionales y roncanroleros, como 1,2,3,4,5, a gogó de Alexandro Jodorowsky, Alfonso Arau y Fernando Ge; y Happenings, de José Agustín y Fernando Ge. Pero donde la contracultura se dio plenamente fue en el cine en súper ocho milímetros, que en la primera mitade de los años setenta entusiasmó a los jóvenes por sus bajos costos y porque evadía la censura; por ese motivo, a través del súper ocho vimos un México distinto, más verdadero para bien o para mal. Sergio García, Héctor Abadie, Gabriel Retes, Alfredo Gurrola y Rafael Montero hicieron películas que serían inexplicables sin la contracultura de los sesenta. La producción más sobresaliente fue Avándaro, de Alfredo Gurrola, que se exhibió mucho en los circuitos universitarios, culturales y rocanroleros.

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